La historia narrada, aunque está inspirada en hechos reales, es producto de la creatividad e imaginación de la autora. Los nombres, carácteres, lugares, eventos e incidentes son el resultado o el producto de la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con personas, sucesos o eventos es meramente una coincidencia.
Era el segundo día de un juicio de un caso que llevaba 5 años en los tribunales, en 3 diferentes salas, por las manos de 8 jueces, y por las oficinas de 7 abogados de la demandante, a quien para efectos de esta historia le llamaremos “Matilda”.
Con excepción de mi clienta, nadie estaba más deseosa que yo de dar fin al suplicio de un litigio desesperante y complejo, en gran medida y el resultado directo, de los actores involucrados en el proceso.
Le correspondía el turno a Matilda. Su testimonio era de vital importancia pues a ella le correspondía probar todas las alegaciones de una demanda viciosa, frívola y temeraria.
Me había preparado para su testimonio, pero no para lo que sucedió.
Para colmo y sorpresivamente, Matilda se apareció en silla de ruedas. Sin lugar a dudas, entendí que era un subterfugio para ganarse la simpatía del Juez. Sin embargo, no acerté a identificar el verdadero motivo de la inesperada presencia de la silla de ruedas.
El caso me molestaba, más que cualquiera otro que recuerde, y mi clienta y yo éramos (con excepción de Matilda) las únicas que habíamos estado presenciando las atrocidades del proceso desde los inicios. Mi clienta y yo aprendimos a hablarnos con la mirada y a leernos los pensamientos. Pero ni ella ni yo, verbalmente ni telepáticamente pudimos predecir lo que iba a ocurrir.
Comenzó el testimonio de Matilda, lento, sin estructura y desacertado. Lo único acertado que tenía la actuación de Matilda era el movimiento de su cabeza hacia abajo, hacia su falda, en donde posaban sus manos, y que ocurría tan pronto su abogado terminaba de formularle una pregunta.
Con mi altura de apenas 5’1” y sentada, no alcanzaba a ver la falda de Matilda. Pero, de momento y con ausencia de premeditación, me levanté como un resorte de la silla y vociferé (más bien, grité):
“La demandante está leyendo algo que tiene en sus manos”
El Juez le ordenó a Matilda que mostrara sus manos y para sorpresa de todos, con excepción de Matilda y de su abogado, ésta no tuvo otra alternativa que levantar su mano derecha y mostrar las tarjetas “index cards” que llevaba consigo.
El Juez ordenó que me entregara las “index cards” y que procediera a verificar las mismas.
Atónita tomé las “index cards” de colores pasteles, tamaño 3 x 5, en mis manos, y comencé a darle lectura en alta voz, una por una…
la primera, “la luz brilla todos los días” «Tranquila, mi hermana se va a fastidiar»
la segunda, «¿cuál es su nombre?» «Matilde de la Fuente Bosques»
la tercera, «¿qué edad usted tiene?» «65 años»
la cuarta, «¿quiénes son sus padres?» Nicanor de la Fuente y Ana Bosques …
Y así… luego de darle lectura a más de 5 decenas de tarjetas con preguntas y respuestas, me quedé muda, no por traición de mis cuerdas vocales, mas sí por la desfachatez, deshonestidad y charlatanería de Matilda y obviamente, de su inepto abogado.
El Juez, indignado, y tan perplejo como yo, le cuestionó al abogado sobre lo que acababa de ocurrir.
El abogado, con el rostro enrojecido y voz trémula tan solo pudo balbucear:
“Señor Juez, ¡Las tarjetas son tan solo para refrescar la memoria!”
Verdaderamente y sin duda alguna a equivocación, en ese preciso instante tan solo un pensamiento cruzó por las conexiones de mis neuronas:
“Ese abogado ciertamente está HONRANDO LA TOGA”.