¿De qué color son tus zapatos?
Categoría: Honrando la Toga

La historia narrada, aunque está inspirada en hechos reales, es producto de la creatividad e imaginación de la autora. Los nombres, carácteres, lugares, eventos e incidentes son el resultado o el producto de la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con personas, sucesos o eventos es meramente una coincidencia.

Hace par de semanas, un jueves entrada la tarde, con el cansancio típico y producido por una variedad de trifulcas en los Tribunales, me encontraba con Melinda, preparándola por tercera ocasión para una vista que se efectuaría al día siguiente. El cansancio tiene un efecto natural en mis 56 años de vida, disminuye la poca tolerancia que usualmente rodean mis días en la práctica como abogada litigante. Ese jueves, particularmente, mi tolerancia había llegado a cero, y estaba a punto de visitar las cifras negativas vecinas.

Todos mis sentidos tenían que estar alertas y me obligué a hacer un esfuerzo sobrehumano en la preparación de Melinda. Su voz tenía un tono y un volumen que denotaban poca credibilidad. Parecía una actriz mal pagada y con poco talento, recitando el libreto de una película de aficionados con escaso presupuesto.

La poca tolerancia ya estaba llegando a frustración, pues por más que trataba, Melinda no contestaba las preguntas formuladas. Le llamé la atención en varias ocasiones, pero reconocí que el proceso de aprendizaje no estaba obteniendo los resultados previstos. La vista era al día siguiente por lo que no podía decirle, como en otras ocasiones, que pospusiéramos la reunión.

Pero, de momento, con la luz cegadora del “Ojalá” de Silvio Rodríguez, se me ocurrió preguntarle,

-«Melinda, ¿de qué color son tus zapatos?»

Ella, con una sonrisa en su hermoso rostro, me contestó sin un atisbo de duda,

“Son marrones”.

Miré hacia sus pies y perpleja me percaté que sus zapatos no eran marrones, eran rosa, ni cercano al color marrón al que Melinda hacía referencia. ‘Rosa’ como el color de su blusa, ‘rosa’ como el color de mi rostro cuando pierdo definitivamente la paciencia, lo que precisamente acababa de ocurrir.

Mi silencio arropó mi pequeña oficina, miré al techo y al espacio que debía estar ocupado por una ventana, y  un pensamiento se tambaleó por las escasas neuronas que me estaban funcionando ese jueves en la tarde,

– “Si Melinda no puede contestar correctamente una sencilla pregunta sobre el color de sus zapatos, ¿cómo pretender que responda certera y adecuadamente todas las preguntas que le tenía que formular al día siguiente?»

Con el adagio de la sabiduría del ‘viejo diablo’ como Norte en mi mente, concluí que simplemente para poder Honrar la Toga en la vista, no le podía preguntar:

– Testigo, ¿De qué color son sus zapatos?

Lcda. Leila Hernández Umpierre